Cuento de Navidad
Mateo Marín tiene 89 años y lleva
muchos esperando ansioso la llegada de la parca. Los últimos 12 años han pasado
como pasa el otoño, como un suspiro. Desde que perdió a su amada Adèle la vida
ya no es lo mismo para él y, además, el alzheimer ha acabado con todos los
recuerdos que habían construido juntos.
Unos ojos color azul celeste sin
expresión, unas manos ya arrugadas por el paso del tiempo, una alianza de oro
blanco con una inscripción: "Toujours à toi, mon amour". Mateo se ha
convertido en la viva imagen del Señor Scrooge. Nadie consigue hacerle reír o
que tenga un gesto de cariño. No recuerda cuánto le gustaba la Navidad y cómo
la celebraban todos juntos. Tampoco recuerda la tradición de poner el árbol el
día 21. Y lo que más duele, no recuerda la sonrisa que esbozaba Adèle cuando lo
veía cabreado porque los niños corrían de un lado a otro decorando y gritando.
21 de diciembre de 2019. Se escuchan
niños jugando, hay un bebé llorando porque, seguramente, quiera comer, el olor
a galletas inunda la casa. La pequeña Adela llega al salón de la mano de su
madre. Tiene los ojos de su abuela. La familia Hidalgo-Bellerose siempre ha
sido de reunirse en Navidad. Hoy es el día de poner el árbol y por mucho que lo
han intentado no han conseguido mover a Mateo de ese sillón color chocolate que
tiene los reposabrazos desgastados y que siempre está mirando hacía la gran
chimenea que corona la sala.
"Adornos Martina",
"Adornos Casa", "Adornos Abuelos". Las cajas ocupan la
mayor parte del espacio. Todos están concentrados en sacar adornos como si no
hubiera un mañana. Las bolas de color rojo para el árbol, los lazos dorados
para las escaleras, las velas en la mesa. Nadie parece querer tocar la caja de
los abuelos, pero Adela, en la inocencia de sus 6 años, la ha abierto y
mezclado con todo.
—Mamá, unos pájaros blancos. Los
voy a poner en la chimenea.
Todos miran hacía la pequeña que
va gritando y saltando hacía el fuego. Cuando va a llegar, Adela se tropieza
con el sillón color chocolate y las tórtolas blancas que lleva caen al suelo
haciendo que Mateo las mire. El hombre se queda un rato agachado mientras las
recoge y aparta el pañuelo labrado con las iniciales J.M que las cubre.
— Adèle... -susurra mientras las
sostiene entre sus manos temblorosas y se levanta-. Aún recuerdo lo hermosa que
ibas aquella tarde de invierno cuando te invité al mercado. Te enamoraste al
instante de ellas...Y yo de ti.
Nadie sabe qué hacer o cómo
reaccionar. La pequeña se acerca a su abuelo y este le sostiene la mano a su
nieta. Sus hijas se van acercando poco a poco al sillón en el que su padre se
ha vuelto a sentar por la emoción. Los ojos sin expresión han dejado paso a
unos ojos llenos de lágrimas y las manos temblorosas ahora están tocando la
alianza.
Durante las siguientes dos horas,
Mateo recuerda todo a la perfección. Los nombres de sus dos hijas, los de sus
nietos, los recuerdos con su querida Adèle. Estas dos horas de lucidez han sido
el mejor regalo de Navidad que esta familia podría recibir. Un abuelo contando
historias a sus nietos, hijas abrazando a su padre y de fondo aquella canción
que sonaba en el mercado.
Era un día soleado, había estado lloviendo durante semanas. Un joven
Mateo de 22 años se estaba arreglando para la cita que tenía con la chica más
hermosa del pueblo. Había cogido prestada la americana favorita de su padre,
tenía un pañuelo bordado con las iniciales del padre: J.M en la solapa. Llevaba
varios días nervioso por esa tarde. Lo tenía todo planeado, visita al mercado,
un cacao caliente y pasear por el mercadillo navideño que se estrenaba ese año.
A la misma hora, en otro lugar del pueblo, una joven peinaba los
tirabuzones de su pelo rubio para poder ponerse el lazo que su madre le había
dejado. El vestido rojo con detalles en dorado llega hasta las rodillas de esta
joven de 20 años que ya llevaba varios años limpiando de casa en casa. El chico
más guapo del pueblo la había invitado a pasear después de varias semanas de
miradas.
Muy pocas personas creen en el amor a primera vista, pero Mateo y Adèle
son dos de ellas. Adèle lo supo desde el momento en el que lo vio, y Mateo lo
supo cuando vio la emoción en los ojos de ella cuando encontró en un puesto un
adorno de unas tórtolas blancas entrelazadas.
— Querida Adèle, estas tórtolas harán que nunca nos olvidemos el uno del
otro. Tú te llevarás una y yo otra, y cuando estemos juntos ellas también lo
estarán.
La magia de la Navidad es eso.
Magia. Es algo que aparece cuando menos te lo esperas y te da la felicidad que
necesitas e, incluso a veces, te entrega de vuelta los recuerdos que pensabas
olvidados. Aunque sea solo por un momento...
— ¿Quién eres? ¿Adèle? No conozco
a nadie con ese nombre.
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